Lo observo en todos los eventos importantes de la vida: bodas, graduaciones, bautizos, bar mitzvás, en cualquier momento en que familiares y amigos se reúnen a celebrar un evento significativo: esa enorme sonrisa y abrazo cuando un viejo amigo de campamento se encuentra con otro. La conexión inmediata y ese sentimiento de absoluta familiaridad se apoderan del momento, trascienden el tiempo, las limitaciones geográficas y el ritmo apremiante de nuestra vida. Sí, los amigos de campamento son nuestros mejores amigos, uno de los muchos, muchos beneficios de los años que un niño o niña pasa en un campamento de verano.

A medida que pasan los años –y gracias a las oportunidades del siglo veintiuno a través de las redes sociales, el correo electrónico y Skype– he podido mantenerme en contacto incluso más frecuentemente de lo que habría podido imaginar con amigos de campamento de hace décadas. Por eso, hace poco me pregunté por qué estos amigos de los campamentos son mis mejores amigos. No solo me casé con una “amiga” que conocí en un campamento hace más de veinticinco años (Julia y yo realmente éramos amigos al principio), sino que los padrinos de mis hijos son amigos de campamento, mis escapadas de fin de semana son frecuentemente para visitar a amigos de campamento, el contingente más numeroso de amigos en Facebook son amigos de campamento y la idea de perderme una reunión de campamento y la oportunidad de pasar unos pocos días más con estos amigos –en el lugar donde se formaron estas estrechas relaciones– no es una opción. ¿Por qué pasa eso? ¿Por qué son nuestros amigos de campamento a menudo nuestros mejores amigos?

Tengo unas cuantas teorías, entre las que se puede mencionar la vida simple que disfrutamos en los campamentos y que nos permite tener tiempo para dedicarle a estas relaciones, el éxito y el crecimiento que experimentamos juntos, y en pocas palabras, que los campamentos son un lugar al que podemos regresar durante muchos veranos. De hecho, muchos de nosotros tenemos la fortuna de comenzar a asistir a un campamento a la edad de ocho o nueve años, y continuamos acudiendo todos los años de la escuela y la universidad, hasta que nos convertimos en adultos. Todas estas son hipótesis sólidas, pero realmente no tengo una respuesta concreta a esta afortunada realidad.

En su libro Homesick and Happy: How Time Away from Parents Can Help a Child Grow, el autor Michael Thompson entrevista a un grupo de cinco mujeres de cuarenta y tantos años, todas ellas con su propia familia, las cuales se conocieron en un campamento de verano. Juntas pasaron por todas las etapas de campistas novatas, campistas con experiencia, instructoras en periodo de entrenamiento e instructoras líder. Thompson tampoco pudo encontrar una respuesta concreta a la pregunta de por qué los amigos de campamento son con frecuencia nuestros mejores amigos, pero se le ocurrieron unas cuantas teorías después de hablar con este grupo. Entre estas se encuentran los rituales y tradiciones de los campamentos, la libertad y la oportunidad de ser la persona que uno desea en el campamento, el amor compartido por los campamentos, y la proximidad física de la vida en las cabañas de la que disfrutan los campistas. Todas estas teorías tienen sentido, pero la suma de todas ellas, por supuesto, es mucho mayor que las causas individuales, hasta el punto que incluso Thompson admite que existe algo más que quizás nadie puede identificar totalmente.

Y, ¿cuáles son sus teorías? ¿Por qué piensa que usted y sus hijos han hecho tan buenos amigos en los campamentos? ¿Qué hace usted y sus hijos para mantenerse en contacto con esos amigos? Me encantaría saber qué piensan y cuáles son sus ideas sobre esta realidad maravillosa de los veranos que pasamos en los campamentos. Escriba sus comentarios aquí abajo.

Danny Kerr es director del campamento Camp Pemigewassett, un campamento de verano tradicional de estadía larga en Wentworth, Nuevo Hampshire.